Muchos de los lectores más veteranos de este blog habrán vivido la terrible situación de perder un familiar, afrontar una penosa enfermedad o hacer frente a un accidente o fatalidad, algo que pone literalmente patas arriba nuestra realidad personal y, muy a menudo, también la financiera. Como todo en la vida, uno sobrelleva tales dificultades con mayor o menor bagaje emocional o de experiencia, pero en el caso de nuestra economía familiar, solemos estar bastante poco preparados.
Les animo a efectuar un sencillo chequeo para comprobarlo: imaginen que alguien externo a su círculo familiar inmediato necesita hacerse cargo temporalmente de sus finanzas. ¿Qué facilidad tendría esa persona para disponer de una visión rápida y fiable de su economía: cuentas, tarjetas, inversiones, créditos, gastos pendientes…? Es más que probable que dicho proceso resultara lento y difícil.
Todos los que alguna vez tuvimos que poner en orden las cuentas de nuestros mayores, nos encontramos con problemas parecidos. En bastantes casos, su historia económica era confusa, fragmentada o, directamente, puro humo. Evitar que esto nos ocurra en el futuro no es tan complejo: bastar tener un poco de orden, sistema y disciplina. Como dijo hace siglos el gran Baltasar Gracián: “es cordura provechosa ahorrarse disgustos. La prudencia evita muchos”.
Deberíamos conservar nuestros principales documentos personales y financieros juntos y a buen recaudo: certificados de nacimiento, libro de familia, registros de propiedad, apertura y cierre de cuentas bancarias, contratos de compra de bienes y servicios, préstamos, seguros de vida y hogar, seguros de tarjetas de crédito, etc. Idealmente, en una caja fuerte, en una caja de seguridad portátil que podamos transportar o en un cajón reforzado, pero en todo caso, en un solo lugar identificable y accesible. Cuando digo identificable y accesible me refiero a que terceras personas de confianza (familiares, herederos, abogados…) conozcan su ubicación y la forma de acceder. Ello incluye una relación de códigos de usuario y passwords de los sitios Web financieros de los que seamos clientes.
Conviene también que los papeles personales y los artículos de valor (como joyas o dinero) se conserven en lugares diferentes. Los ladrones buscan los segundos, pero arramblarán con todo si los encuentran juntos.
Una excelente idea consiste en acompañar dichos documentos personales y financieros con un resumen de su contenido: fechas, importes, datos de entidades financieras y de seguro, teléfonos de contacto y cualquier otra información que se considere relevante. Es un trabajo que nos puede resultar largo y tedioso al principio pero que, una vez terminado, sólo requiere actualización.
También deberíamos tener cerca de esos papeles nuestros registros financieros cotidianos (recibos, facturas, comunicaciones), como prueba de nuestra actividad más reciente, algo imprescindible para completar la imagen fiel de nuestra economía familiar.
Huelga añadir que, a una determinada edad, tener preparada una declaración de voluntades en caso de fallecimiento es imprescindible. Preparar la herencia puede resultarnos embarazoso o ridículo cuando somos aún jóvenes, pero nunca será un tiempo perdido. Ello implica asimismo ir actualizando nuestras disposiciones o beneficiarios con el paso de los años, de acuerdo con la realidad personal y financiera de cada momento.
Se trata, en fin, de hacer bueno ese dicho que tienen los norteamericanos de “hope for the best and prepare for the worst” (hay que esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor), para que cuando llegue esto último no nos pille con la guardia económica baja y la casa financiera sin construir.
¿Empezamos?
Sebastián Puig Soler Analista, escritor y conferenciante Escribe habitualmente en su blog “Esto va de lentejas”Puedes seguirlo en Twitter en @Lentejitas
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