El 12 de junio se celebra cada año el Día Mundial contra el Trabajo infantil, y mientras eso sea así querrá decir que esta lacra social, forma moderna de esclavitud, sigue sin erradicarse. Objetivo que se considera como una prioridad mundial desde hace décadas, pero que hoy en día sigue siendo una asignatura pendiente.
El objeto de convocar este día reivindicativo es sensibilizar y denunciar la explotación infantil que se lleva a cabo en muchos países del mundo, donde se obliga a los niños a trabajar, negándoles todo derecho a la educación, la salud y una vida plena que le permita su desarrollo y bienestar integral.
En 2015 las grandes potencias del llamado primer mundo adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), con un renovado compromiso para acabar con el trabajo infantil. Diez años se daban como plazo para “erradicar el trabajo forzoso, poner fin a las formas contemporáneas de esclavitud y la trata de seres humanos, y asegurar la prohibición y eliminación de las peores formas de trabajo infantil, incluidos el reclutamiento y la utilización de niños soldados”. 2025 es la fecha propuesta para conseguir tan ambiciosos y necesarios objetivos. Pero ya estamos a las puertas de ese límite y no parece muy probable el éxito de la propuesta.
Países pobres
El trabajo infantil se concentra especialmente en países con elevados índices de pobreza, y la principal razón por la cual los niños se incorporan al mercado laboral, siempre en condiciones de absoluta precariedad, es porque deben trabajar para ayudar a sus padres a sostener a su grupo familiar.
El trabajo infantil, que será considerado como tal siempre que el niño acceda antes de la edad en que cesa la obligatoriedad de ir a la escuela, está prohibido en el derecho internacional, y abarca tanto aquellos que implican explotación y trata de personas, como los realizados antes de alcanzar la edad mínima especificada para cada tipo de trabajo, o los que ponen en peligro el bienestar físico, mental o moral del niño.
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