Ahí está de nuevo la realidad dejando en evidencia a la ficción, incapaz de superarla por más que se esfuerce. Y es que por mucho que el guionista más creativo se ponga en modo cínico y borre cualquier línea roja marcada por la lógica, no hay manera de inventar tramas más rocambolescas y maquiavélicas que las que se suceden, una tras otra, sin límite ético ni moral aparente, en los noticiarios de este mundo que nos hemos empeñado en hacer añicos. Y aquí tenemos un nuevo ejemplo, en forma de serie excepcional, por cierto, que con el título “Sangre y dinero” nos expone otro vergonzante episodio de la mezquindad humana. Esta vez orquestado desde el Gobierno francés por un lado, y los suburbios de la delincuencia tunecina de París, por el otro. Eso sí, con la inestimable colaboración de uno de esos inversores- brokers sin escrúpulos, siempre prestos cuando huele a dinero caliente. El caso fue bautizado como la “estafa del siglo”.
El Gobierno Francés, impelido por un supuesto compromiso medioambiental, creó en 2005 un mercado verde internacional donde invertir y negociar con “cuotas de carbono”. ¿Y eso qué es? Pues bien, algo así como un permiso para contaminar si se paga por ello. Ahí es nada. Si una empresa genera más carbono del que tiene permitido emitir a la atmósfera, compra un bono y puede contaminar un poco más. ¿Y a quién se lo compra? Pues a otra empresa que no ha alcanzado el límite. Como ha contaminado menos de lo previsto, no necesita sus bonos, y puede venderlos. Porque en este mundo si no hay beneficios no deja de contaminar ni Dios. Pero ahora viene lo mejor, porque el Gobierno Francés le puso IVA a los bonos de carbono. Un 19’6%, nada menos. Y ahí entra la picaresca de los timadores ecologistas y empiezan a desangrarse las arcas del Estado. Inversores fraudulentos compran cuotas de carbono con empresas pantalla desde diferentes países europeos, por lo cual los adquieren sin IVA (así lo exige la legislación comercial de la Comunidad Europea), y después los venden a empresas francesas que los necesitan, y aquí sí que aplican el IVA a las operaciones. Unas cantidades millonarias que la caja de depósitos francesa paga de forma inmediata para estimular la actividad. Ese es uno de los atractivos del nuevo mercado verde. Y claro, las empresas ficticias desvían directamente ese dinero a cuentas en paraísos fiscales, y antes de que llegue la liquidación trimestral del IVA, cierran y desaparecen. Adiós al dinero, imposible de rastrear. Miles de millones en poco más de tres meses.
Lo único bueno de este disparate gubernamental y financiero es que Xavier Giannoli ha hecho con ello una serie soberbia. Una intriga capaz de explicar con sencillez esta compleja trama financiera fraudulenta, y hacerlo manteniendo el interés a ritmo de intenso drama policial. Un ejercicio narrativo ágil, a ratos trepidante, pero nunca precipitado, porque todo fluye a partir de un interrogatorio judicial que sirve de guía argumental, y que le brinda un papel de lujo a un lacónico y convincente Vincent Lindon. Un concienzudo rol que contrasta con el estridente narcisismo y el histrionismo excesivo de los otros dos protagonistas, alternando caos y calma en una auténtica exhibición de malabarismo narrativo. El conjunto es absorbente, a la par que indignante, pues cuesta abstraerse y olvidar que se trata de un caso real y reciente. Pero en cualquier caso, un ejemplo notable de cómo convertir la verdad en ficción con tanto rigor como sentido del espectáculo, del entretenimiento. Sin frivolizar y utilizando el cine como herramienta de denuncia, a la vez que se adapta a las pautas del género para no descuidar tampoco al espectador en busca de evasión. Eso sí, mucho más moderado en la primera parte (seis capítulos), que en la segunda (seis más), donde se permite alguna estridencia formal y se conceden varios excesos de cara a la galería comercial. Quizás más de los necesarios, la verdad. Pero sin distorsionar ni perder nunca la compostura global de esta magnífica serie que podemos disfrutar en Filmin.
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