Tratar la crisis con humor es una manera de superarla, o al menos de aparcarla, o si se quiere de minimizarla frivolizando y no dejar que nos arrastre al lado oscuro de una realidad deprimida que nada tiene de graciosa. Podría resultar, por lo tanto, incongruente, poco sensato y bobo a primera vista; pero al menos resulta divertido, y ya que nos quitan el bienestar que no nos quiten también lo “bailao”. Así que tal y como hemos hecho en anteriores artículos, reincidimos con el tratamiento cachondo de esta crisis inacabable que nos asfixia, y lo hacemos esta vez desde la ficción; cosa que no habíamos hecho hasta el momento. Crónicas de un país que no quería ser pobre (José Luis Manzanares Japón, Lid Editorial, junio 2014) es la primera novela que comentamos en nuestra sección de ocio editorial, y ya desde su portada, ilustrada con una viñeta del genial Mingote, deja claro que será un relato sarcástico, crítico, vitriólico, ocurrente y afilado, muy en la línea de las parodias sociales de quienes fueron los cronistas oficiales de tiempos menos libres, los prolíficos Diaz Plaja y Vizcaíno Casas, pero desde los innegociables territorios democráticos y plurales de la España de hoy.
En sus casi trescientas páginas de ágil y desenfadada prosa, su autor nos plantea cómo superar con éxito la actual crisis económica y salvaguardar la democracia. Y lo hace exponiendo una curiosa tesis sociopolítica consistente en convertir a un país que no quería ser pobre en un actor que dialoga con personajes del futuro, políticos de la Transición e, incluso, algún extraterrestre hasta toparse con su cruda realidad: un Estado gigantesco que despilfarra lo que no tiene y que le conduce a un alocado endeudamiento público sin retorno que las futuras generaciones deberán pagar. Mala solución para un problema que se intuye global e irreversible. O no si enfocamos bien el problema y los métodos idóneos para solucionarlos. No menos delirantes y originales que los planteamientos iniciales, todo hay que decirlo, ya que José Luis Manzanares Japón plantea la crisis, nada menos, como una cuestión de salud que necesita una rápida intervención quirúrgica para recortar los gastos superfluos del Estado, ajustar el gasto a los ingresos hasta el punto de declarar delito el déficit, pedir cuentas a los políticos que derrochen o dejar que partidos y sindicatos se financien por sí mismos. Ahí queda eso. Y si quieren saber más tendrán que buscarlo en las estanterías de su librería más cercana. Y hay más, mucho más. Incluso un pérfido villano, como en toda novela de intriga apocalíptica que se precie. Y no es un villano normal. Para nada normal.
Y para completar la oferta diremos que, de forma casi simultánea, la misma editorial Lid ha publicado del mismo autor un segundo relato novelado sobre el tema, titulado Crónicas de un país que se creía rico, que en la misma línea tragicómica del anterior reflexiona sobre la esencia de la crisis, sobre la decadencia que inevitablemente impulsa y sobre las fórmulas posibles para superarla y evitar la hecatombe, que necesariamente pasan por confiar en los ciudadanos y desvincular a los políticos de cualquier responsabilidad y capacidad de decisión.
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