Un contexto tan difícil e incierto como el actual nos exige actuar con prudencia y sensatez en todos los ámbitos: personal, laboral y económico. De hecho, debemos afrontar estas tres facetas de manera conjunta y equilibrada, pues todas ellas interaccionan continuamente, complementándose o contraponiéndose. No obstante, las exigencias materiales y temporales del presente, así como la sobreabundancia informativa, nos sumergen en un ruido blanco que nos impide pensar con claridad y separar el grano valioso de la paja vital. Nos dejamos llevar por la vorágine sin reconocer que vamos perdiendo el control, hasta que es demasiado tarde. Es entonces cuando sobreviene la ruina moral y financiera. Si además no viajamos solos en esa cuesta abajo, multiplicamos el daño de forma injustificable.
Ruido blanco
En cualquier familia, la reflexión y el diálogo resultan pilares básicos en la construcción de un futuro económico compartido. Reflexionar significa otorgarse el tiempo preciso para cuestionar nuestro proyecto vital, proceso que debemos complementar dialogando con nosotros mismos y con nuestros seres queridos. Hemos de hacerlo, además, de manera sencilla y sistemática, para no acabar perdidos en ramas insustanciales o callejones sin salida.
Todos, en algún momento, deberíamos detenernos a formular algunas preguntas económicas básicas, pocas pero relevantes. Responderlas con honestidad y respeto a nosotros mismos puede ayudarnos a despejar un camino cada día más tortuoso.
1. ¿Qué es lo que queremos?
Esta pregunta quizás les parezca una tremenda perogrullada, pero son muchas las personas incapaces de concretar una respuesta coherente. En general solemos pensar en un concepto genérico de “felicidad” que incluye la salud, el amor, la amistad y, por supuesto, el dinero. Sin embargo, deberíamos ser capaces de refinar mejor nuestras expectativas.
¿Perseguimos una vida sencilla, sin lujos, pero intelectualmente o personalmente plena? ¿Queremos acumular posesiones materiales y asegurarnos un saneado futuro económico? ¿Preferimos la estabilidad a la promoción? ¿Compramos o alquilamos? ¿Qué nos gustaría ofrecer a nuestros hijos? ¿Queremos acaso tener hijos? ¿Y si es así, cuántos? ¿Buscamos el equilibrio o el riesgo? ¿La ambición o la moderación?
Tales pautas vitales, debidamente ordenadas, pueden servirnos para esbozar una primera ruta familiar. Porque si no sabemos adónde queremos ir, será difícil que lleguemos a alguna parte.
2. ¿Qué es lo que necesitamos?
Permítanme destacar otra olvidada obviedad: no es lo mismo querer que necesitar. La confusión entre ambos es un error común de la sociedad actual. Queremos, deseamos o apetecemos muchas cosas para alcanzar ese objetivo personal que estamos delimitando. Pero basta con analizar esa lista de deseos con la cabeza fría y el corazón a resguardo, para identificar de qué o de quién tenemos verdadera precisión o necesidad.
Escojamos los elementos clave y guardemos la quincalla en el baúl.
3. ¿Cuánto vale lo que necesitamos?
La tercera pregunta también encierra una trampa cognitiva. A la hora de valorar nuestras necesidades, pensamos directamente en su precio, lo cual constituye otro error habitual. Como bien expresa el economista Abel Fernández, “el coste real de todo lo que hacemos en la vida es aquello que dejamos de hacer en su lugar”. Por ejemplo, si disponemos de recursos suficientes, cambiar nuestra vivienda puede proporcionarnos muchas satisfacciones (mayor espacio, mejor estatus, ubicación, etc.), pero ello implica abandonar otras inversiones vitales: en su lugar podríamos afrontar con garantías los estudios de nuestros hijos, mejorar nuestra solvencia financiera o crear esa pequeña empresa con la que siempre habíamos soñado.
Efectuar la valoración de nuestras necesidades con este enfoque de oportunidad nos ayudará a contrastarlas y priorizarlas.
4. ¿Qué es lo que nos podemos permitir?
Pongamos que ya tenemos una idea aproximada de nuestros proyectos familiares y de su coste. Es el momento de poner negro sobre blanco y determinar cuáles son nuestros recursos actuales y cuáles podemos razonablemente esperar en el futuro. Recordar ahora el cuento de la lechera no resulta baladí. Tampoco lo es revisar la pirámide de Maslow y reconocer que una parte muy importante de dichos recursos deberá destinarse a cubrir requerimientos básicos, esto es, nuestro día a día.
Tratemos pues de no empezar el edificio común por el tejado. Vayamos cuadrando números como si fuéramos un contable meticuloso, siendo muy conscientes de que nos jugamos nada más y nada menos que el porvenir.
5. ¿Cómo vamos a conseguirlo?
Hemos rellenado algunos huecos pero todavía nos queda mucho camino por recorrer. Y salvo que seamos millonarios por azar o nacimiento, no existen atajos sino multitud de trampas. La satisfacción inmediata por medio del endeudamiento rápido es la más común. El crédito, utilizado de forma responsable, constituye un instrumento muy valioso para lograr nuestros objetivos. Conocemos sin embargo los efectos de su abuso: una sensación falsa de riqueza y de poder que ha conducido a muchas familias a situaciones insostenibles.
Por consiguiente, hemos de trazar un plan financiero creíble y orientado hacia el medio y largo plazo. Pongamos primero los cimientos de la casa familiar, después las vigas maestras, ladrillos y techo. A continuación, puertas, ventanas y mobiliario esencial. Luz y agua. Para lo demás: visión y paciencia.
Llegados a este punto, recapitulen y anoten los resultados de su proceso reflexivo. Corrijan, borren, repiensen, contrasten, discutan y reescriban. Comprobarán entonces que el panorama ya no es tan difuso ni el sendero tan tortuoso, entre otras cosas, porque lo estaremos recorriendo con los ojos bien abiertos y un mayor conocimiento de causa.
Sebastián Puig Soler
Analista, escritor y conferenciante
Escribe habitualmente en su blog “Esto Va de Lentejas”
Puedes seguirlo en Twitter en @Lentejitas
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