Continuamos rastreando en nuestra memoria cinéfila a esos emprendedores o empresarios que cambiaron el mundo, o que lo intentaron, y cuyas aportaciones profesionales sumadas a sus experiencias personales han inspirado películas de mayor o menor empaque, algunas ubicadas en el género del biopic y otras dedicadas a glosar sus méritos financieros o sus gestas en materia creativa. En nuestra búsqueda nos hemos topado con «Jobs», reciente y póstumo retrato de Steve Jobs, el hombre que revolucionó el mundo de la informática desde un garaje y con una manzanita mordida como seña de identidad. El padre de Apple. Pero digámoslo ya, el film de Joshua Michael Stern no está a la altura del personaje.
No es difícil imaginar que la vida de Steves Jobs fue mucho más apasionante que esta película. Una especie de telefilm insulso que repasa la epidermis de la trayectoria personal y profesional del creador del Macintosh – es como si el guión lo hubieran sacado de wikipedia con un cortar-pegar-, a través de la aséptica interpretación de Ashton Kutcher – de asombroso parecido, eso sí-, que parece convencido de que andar como si tuviera una artritis prematura le dará credibilidad a un personaje al que ni siquiera llegamos a intuir. Cuatro anécdotas y algunas referencias a la prehistoria informática no bastan para emular los méritos de David Fincher en La red social, que a la postre es el modelo que pretendían imitar los instigadores de esta mediocridad que no hace justicia al personaje que pretende retratar.
Pero puestos a destacar algo, para no ser tachados de derrotistas, cabe decir que lo mejor de la cinta son las breves pero carismáticas y muy ajustadas interpretaciones de algunos secundarios de lujo como Dermot Mulroney, Matthew Modine, James Woods, J.K. Simmons, Lesley Ann Warren y Lukas Haas, en la piel de algunos de los personajes reales que propiciaron o entorpecieron el ascenso del magnate al olimpo de las finanzas.
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