Como la crisis es global, cualquier película realista, enmarcada en el género del drama social, podría considerarse colindante con el tema de la crisis o directamente inmersa en el mismo. En 99 homes, que fue recientemente presentada en el glamouroso festival de Venecia, se toca uno de los dramas más conflictivos de cuantos ha causado la depresión económica desde sus inicios: los desahucios. Y lo hace de modo descarnado y poniendo sobre la mesa, para atizar aún más si cabe las brasas de la desesperación, el tema de la ética y la moral de quienes son a la vez víctimas y verdugos. O dicho de otro modo, aquellos cuya única oportunidad de salir a flote es rememorar o propiciar su propio drama en piel ajena. Duro, muy duro. Pero real, muy real. Ahora solo cabe esperar que el relato no caiga en esa demagogia ideológica que sobrevuela siempre este tipo de relatos comprometidos, y que a veces en su afán de denuncia se pasan de frenada y caen de lleno en la militancia robinhoodesca o directamente fantasiosa. La crítica es necesaria, pero la visceralidad implícita en todo lo panfletario acaba jugando en contra de los intereses de la propia soflama.
El nuevo film protagonizado por Andrew Garfild (el último de los Spiderman) se centra en la debacle inmobiliaria y los yugos hipotecarios que han asfixiado a buena parte de la sociedad de clase media en el último y accidentado lustro. Un drama que cuenta la historia de un hombre que pierde su casa cuando se ejecuta su hipoteca. Desesperado, finalmente consigue un trabajo dentro de la empresa que se ha quedado con su hogar. Lo contratan para ayudar a su jefe (el siempre inquietante y formidable Michael Shannon) a echar a otras familias de sus viviendas. Y ya de paso, sobrepasando todos los límites, colaborará también en la malversación de dinero público por parte de su nueva empresa. Así, aunque sus problemas económicos han desaparecido, ahora ha de lidiar con la voz de su conciencia. Dirige Ramin Bahrani, autor de Un café en cualquier esquina.
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