Ahorrar es misión casi imposible así como están los precios. Pero hay que intentarlo, y para conseguirlo, qué mejor que hacer un análisis de nuestros gastos y evitar aquellos que sean innecesarios. Y entre ellos, a menudo, se encuentran los llamados gastos fantasma, que como su nombre indica no se ven pero lastran nuestra economía. Veamos en qué consisten y por qué se les llama así.
Se denominan gastos fantasma a aquellos que asumimos casi sin darnos cuenta, y en los que reparamos ya tarde cuando se nos cobran y afectan a nuestro saldo mensual. Y cuáles son esos gastos, que en principio parecen prescindibles pero de los cuales nos suele costar desprendernos. Pues por ejemplo las suscripciones a plataformas de streaming (incontables, hoy en día) o a publicaciones, ya sean online o de papel; los seguros innecesarios, que a veces un exceso de celo nos ha llevado a contratar, más allá de los obligatorios o aquellos que realmente nos garantizan nuestra tranquilidad en algún aspecto determinado o esencial; y esas matrículas de acceso o mensualidades que se corresponden a impulsos puntuales o a loables propósitos, pero que al final no podemos permitirnos, tales como la del gimnasio, la piscina municipal o el carnet de socio de un club o una asociación deportiva o de ocio, que a la hora de hacer cuentas se nos va de presupuesto.
Cancelar todos estos gastos fantasma puede ser la diferencia entre llegar a final de mes o no hacerlo. De volver a ahorrar una cantidad para imprevistos o apostar a la fortuna y esperar que no los haya.
Este tipo de gastos se diferencian de otros que ya hemos comentado, y que igualmente diezman nuestra economía doméstica cuando no los controlamos. Éstos son los hormiga y los vampiro. Los primeros son esos tan frecuentes como imprevistos o innecesarios que, por mínimos, no tenemos en consideración a la hora de gestionar nuestra economía diaria. Son casi imperceptibles, pero sumados pueden desestabilizar nuestras finanzas personales.
Y los gastos vampiro son esos que resultan inesperados porque no están presupuestados, a pesar de producirse en partidas fijas como la luz o la calefacción.
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