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Paquita Salas y el mercadeo del éxito

Si hacemos un repaso histórico a la galería de series televisivas comprobaremos que la mayoría de los sectores profesionales han inspirado ficciones episódicas. Series que exaltan o desmitifican los oficios y profesiones de turno. No hace falta incidir en la popularidad del género hospitalario, y ni que decir tiene la del policial. Pero los ejemplos son innumerables: bomberos, periodistas, abogados, investigadores, políticos y un inacabable etcétera.

Paquita Salas, representante de artistas

Sin embargo, no son muchos los títulos que retratan o relatan los quehaceres de los representantes de artistas. Importantísimas e influyentes figuras del show business, pero que siempre operan a la sombra y tras las cámaras. De hecho, así a bote pronto solo he encontrado “Entourage: El séquito” con un personaje de cierta entidad que encarne a uno de esos representantes o managers de artistas. Así que la estrambótica Paquita Salas es una rara avis incluso en su vertiente profesional. Ya no digamos en la personal.

Paquita Salas fue la tarjeta de presentación de Los Javis, hoy encumbrados y admirados, referentes de una televisión de corte social irreverente pero emotivo. Tan realista como extravagante, excesivo e incisivo a partes iguales, que tanto flirtea con la austeridad del documental como apuesta por la hipérbole carnavalesca. Y todo eso, que les ha valido el respeto del público y de la crítica, ya estaba presente en la nada convencional serie protagonizada por Brays Efe. Un trabajo que escapaba de cualquier convencionalismo y arquetipo etiquetable.

En formato de falso documental, con una pátina de ese humor amargo que suaviza la desesperación, Paquita Salas narra la cotidianeidad laboral de una representante de artistas que vivió tiempos mejores. Pero que se niega a tirar la toalla. Se aferra a un optimismo impostado, a menudo patético, que le hace chapotear en el mercado del éxito, del talento, del glamour, del postureo, de la popularidad. Una ciénaga profesional donde la deslealtad es la moneda de cambio oficial, y la cruz siempre le toca a Paquita. Una entusiasta, ejemplo de altruismo y honestidad personal, pero que se ve obligada a cruzar algunas líneas rojas en el terreno profesional cuando juegan sucio con ella. O sea, siempre.

La serie, con tres temporadas y una cuarta confirmada pero sin fecha, retrata las miserias y discutibles tretas que se emplean en este feroz contexto laboral. Donde la competencia se rige por el todo vale, y donde ni la amistad ni el compromiso ni los réditos pasados establecen los límites de la lealtad, aunque la traición se ejecute entre lágrimas. El dinero es el motor que marca el ritmo y el rumbo. El agradecimiento es la divisa de los ingenuos. Y la de Paquita, la representante a la que todos abandonan para progresar. Gajes del oficio, tal vez, pero lamentable y muy injusto.

Paquita Salas es una crónica del desaliento que Los Javis urden con nombres propios de la profesión. Para crear ese juego de realidad y ficción tan estimulante. Y así, los personajes y las personas, ficticios y reales, participan del retrato nada complaciente de ese escalón profesional iniciático por el que todos tuvieron que pasar y tragar. Un trabajo descriptivo y algo caricaturesco, que algo debe tener de dardo revanchista, ya que Ambrossi y Calvo no lo pasaron nada bien antes de ser Los Javis.

Conclusión

No se pierdan Paquita Salas en Netflix. Es mucho más que una divertida parodia del negocio del cine, las comisiones del éxito y el mercadeo de la popularidad. Pero después encuentren tiempo para ver “Veneno” y, sobre todo, “La Mesías”.  Los Javis  tienen mucho de postureo y una excelente estrategia de promoción personal, pero son mucho más que fachada. Son realmente buenos.

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