No hay mayor misterio que el origen y el paradero del dinero. Ni intriga que supere el enigma de saber quién maneja los hilos de Wall Street y orquesta la economía mundial. ¿Hay acaso pecado capital más inquietante que la codicia?, a partir de la cual todos los demás son posibles en su nombre. Es lógico, por tanto, que las finanzas sean una fuente inagotable de inspiración para el cine, y que muchas de esas tramas acaben narrándose en clave de thriller con títulos tan explícitos como Money monster. Un film intenso y muy bien estructurado, algo efectista por su condición de producto comercial que retrata un producto aún más comercial: televisión basura financiera, pero que no renuncia a una cierta sobriedad formal que encaja con su vocación divulgativa, casi educativa, destinada a neófitos económicos con curiosidad morbosa; y que aun así sabe aguantar el ritmo al servicio de su género dramático y la tensión para sustentar un clímax que se intuye moralizante, pero que no cae nunca – ni lo pretende- en la consabida soflama antisistema. Una crítica constructiva al capitalismo y a quienes hacen mal uso de él, podríamos decir, aunque tal vez sería una calificación de la película algo condescendiente.
Jodie Foster, que se prodiga poco como directora – este es su cuarto film-, opta por un envoltorio ad hoc de sofisticación digital para presentar actualizada la historia más antigua del mundo, que no es otra que la de la avaricia, esa que rompe el saco, según el refranero popular, y que acaba con el listo escaldado y aleccionado; aunque las leyes del show bussines obliguen a ir algo más allá, hasta el golpe de efecto y el gran finale, y exija para la ocasión un sacrificio necesario que aporte rotundidad y un cierto sentimentalismo contradictorio. No siempre los malos son los peores. A veces, incluso son los buenos. O casi. Y todo este popurrí de roles es defendido con solvencia por los razonablemente comedidos Julia Roberts y George Clooney – que solo se desmelena unos minutos por exigencias del guion-, y un muy convincente y patético pobre diablo interpretado por Jack O’Connell, a quien todo el mundo debería ver con uniforme británico en Belfast en la minusvalorada ’71.
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