El secreto de la proximidad de esta película, buena parte de su atractivo inicial y sin duda su mayor virtud, reside en que su punto de partida coincide con una conversación de sobremesa que quien más quien menos ha mantenido alguna vez con sus amigos y conocidos: “¿Qué harías tu si te tocase la lotería?” Un lugar común que nos convierte en cierta medida, sea por inercia, por comparación o por curiosidad, en coguionistas improvisados de tan anhelante ficción, que juega la baza del realismo por la vía de la más angustiante familiaridad.
Algo tiene de obvio, de cotidiano, esta celebración de amigos donde nadie es lo que parece y ninguno dice lo que piensa; y que sin demasiada dilación se desliza hacia la accidentada geografía del drama criminal íntimo, casi en clave de thriller doméstico. Una deriva que le confiere al relato una intensidad emocional, a la vez inquietante y asfixiante, que te agarra y te mantiene en tensión. Preocupado e indignado por y con ellos, según el caso, hasta el punto de hacernos hacer la vista gorda frente a alguna situación inverosímil o algún forzado quiebro del guión con tal de saber hacia donde va la cosa. Deslices que perdonamos en un alarde de indulgencia crítica que mucho tiene que ver con la capacidad de convicción de un reparto impecable capaz de llevar cualquier acción, por rocambolesca que sea, al terreno de la verdad. Y las hay, todo hay que decirlo. Alguna maquiavélica conversión moral y emocional un tanto repentina, alguna solución de dudosa eficacia en materia delictiva, algún diálogo improbable en el contexto y las circunstancias descritas… Pero claro, son Eduard Fernández, Antonio de la Torre, Maribel Verdú y su espléndida madurez artística, Nora Navas y, sobretodo aquí, Ginés García Millán, quienes defienden el relato y sus personajes; y así es difícil no dejarse convencer o mantenerse al margen del conflicto. Pero casi mejor que no me toque el euromillón.
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