El sector empresarial ha sido con frecuencia el entorno escogido para situar las más mordaces sátiras sociales, y es que no es difícil utilizar algunos casposos prototipos laborales como prolongaciones de un todo social. La trama constreñida en un espacio más limitado y adecuado para enmarcar situaciones personales y profesionales que pueden extrapolarse a cualquier otro contexto global. El empresario que considera a sus empleados como una gran familia, el jefe paternalista, las actitudes machistas, el compadreo y los favoritismos, los conflictos de intereses, las iniciativas inmorales o ilícitas, las deslealtades interesadas, etc. Retratos de personajes que se prodigan por doquier, pero que podemos aunar con facilidad en un cuadro laboral como el de la empresa Balanzas Blanco, que nos devuelve al mejor León de Aranoa, que se siente especialmente cómodo en los segmentos más desvalidos del espectro social, sobretodo en funciones de francotirador contra las injusticias.
La película, como lo fueron las grandísimas Barrio y Los lunes al sol, es puro guión e interpretación. Un texto preciso como una obra de orfebrería proletaria, que va desarrollando acciones y consecuencias, creciendo exponencialmente en relevancia a cada milimetrado paso y retroalimentándose con pequeños detalles que desembocan en grandes focos de conflicto. Y todo ello en boca de un inconmensurable Javier Bardem, bien acompañado, pero que lo eclipsa todo con una interpretación soberbia, con matices tan auténticos que estremecen. Y así, esta radiografía del empresario en apariencia ideal, pero podrido por la ambición y el qué dirán, se convierte a la vez en crítica a la hipocresía del sistema y también al ser humano, siempre interesado, siempre egoísta, siempre víctima y/o verdugo, pero cómplice de un modo u otro
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