“Poquita fe”, segunda temporada sin vivienda
El humor puede ser una vía de denuncia. Un lenguaje propicio para afrontar la crónica social tan eficaz como el documental, por poner un ejemplo paradigmático. Entre risas puede colarse la crítica más mordaz. Y ese es el caso de “Poquita fe”. Una serie a primera vista inofensiva, bobalicona y chistosa, que empezó como una broma sardónica sobre los estereotipos cómicos de la vida en pareja, no muy alejada de las recurrentes y manidas “Escenas de matrimonio”. Pero que después de una resultona y entretenida primera temporada de estructura calendarizada (doce meses, doce episodios), ha completado una segunda entrega que, con la mitad de capítulos, pero abundando en la coña lánguida y el exceso del caricato, aborda, retrata y denuncia, parodia en mano, el problema de la vivienda. Y lo hace con ese certero tono humorístico que tanto se parece a un lamento, y que de tan patético resulta inquietante cuando se nos vierte la empatía. O peor aún, cuando de algún modo comprobamos que nos resulta familiar tanto la inoperante indignación de los personajes como su creciente desesperación inmobiliaria. Y aunque nos reímos, sentirnos identificados no nos hace puñetera la gracia.
«Roomies» de toda condición
Aunque retratado desde y para la comedia, seguro que el escenario les resulta familiar. Y es que el problema es global. Los precios son aberrantes. No se puede comprar ni alquilar. Sean jóvenes o viejos. Ni para emanciparse ni para emparejarse. Y ya para rematar el despropósito social, y muy real, la opción indeseada pero para muchos inevitable de volver a casa de los padres o compartir piso. Que ya no es cosa de jóvenes arrepentidos ni de estudiantes, sino un problema que genera combinaciones de roomies inéditas hasta la fecha y diríase que casi antinaturales. Pues bien, pasadas por el filtro de la caricatura y la indolente pantomima, “Poquita fe” repasa todas esas preocupantes realidades que antes se usaban para divertir desde la hipérbole de lo improbable y ahora copan los titulares de los noticiarios. Y así, entre risas tristes, todo es posible. Hasta un matrimonio en tránsito habitacional, a la espera de un fallecimiento inminente que les libere un apartamento asequible. No sin antes, eso sí, haber intentado buscar algo razonable y, a ser posible, en la misma comunidad autónoma en la que trabajan. Pero…
El humor de “Poquita fe”, dosificado en capítulos de menos de quince minutos, no es para todos los gustos. Personalizada por los taciturnos Raúl Cimas y Esperanza Pedreño, es una comicidad entre absurda e idiota, un punto deprimente, pero de pretendido corte realista. Un extraño cóctel que en algunos momentos, y contra toda lógica, le otorga al producto una cierta relevancia como incisiva sátira social. Género que le viene grande a primera vista, pero donde la serie acaba acomodándose más allá de su condición de mero divertimento. Una rara avis al fin, y probablemente sin pretenderlo. Al menos en su planteamiento inicial.
“Poquita fe” es una creación de Pepón Montero y Juan Maidagán, y sus dos temporadas pueden verse en Movistar +.
