La economía en el cine, recordando… «Pi, fe en el caos»

El debut de Darren Aronofki es difícil. Un film duro, áspero, feista, que hace honor a esa postilla aclaratoria que acompaña su escueto título: Pi, fe en el caos. Y lo es. Caótica, digo. Podría decirse que incomprensible, a ratos, en su conspiranoico desarrollo que oscila, deambula entre la esencia del capitalismo y las raíces de espiritualidad (¡ahí es nada!). Pero absorbente, hipnótica, inquietante y enigmática en su mezcla de misticismo hebreo y trabalenguas matemático. Y es que a quién se le ocurre combinar el Talmud y la bolsa, la Torá y Wall Street. Pues la respuesta es: al mismo que rodó Réquiem por un sueño o La fuente de la vida. Y dicho esto ya nada resulta tan extraño.

Una imagen del film Pi, fe en el caos

PI, fe en el caos narra la historia de un brillante matemático judío. Abducido por su obsesión cuántica y bursátil. Recluido en su piso. Una especie de templo de Diógenes mitad tecnológico, mitad orgánico, que parece cobrar vida por momentos en su cerebro enfermo y dolorido, aquejado de terribles migrañas. El joven está a punto de dar con el descubrimiento más importante de su vida: la decodificación del sistema numérico que rige el aparente caos del mercado bursátil. Pero primero ha de encontrar el valor del número PI, y mientras se acerca a la verdad es acosado por una agresiva firma de Wall Street, que a toda costa quiere hacerse con el hallazgo numérico, y una secta hebrea que pretende descifrar los secretos ocultos tras los textos sagrados. Pero el protagonista no lo hace por dinero ni por la gloria. De hecho, no sabe por qué lo hace ni lo quiere saber. Es lo único que sabe hacer, y lo hace. Una paranoia existencialista, aderezada con esa fantasía alambicada que tanto agrada a su director (el David Lynch de Cabeza borradora debe adorar este film), y que se nos narra despojada de cualquier ambición estética o de sofisticación técnica. En un blanco y negro quemado y con una textura basta y granulada, Pi es incómoda de ver, pero no deja indiferente. Sacude, aunque no acabas de saber muy bien que rincón de nuestra conciencia. La ambición, tal vez.

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